Eventos, Sacerdocio
Bodas de oro sacerdotales P. José Medina
Día 30 de junio del 2017
Bodas de oro sacerdotales.
Una vez ordenado sacerdote celebre mi primera misa, asistido por el padre Luis González, salesiano el 30 de junio del año 1967 en la capilla consagrada a la Virgen María con la advocación de nuestra señora del Monte Carmelo en la colonia Anáhuac de nuestra ciudad.
Habiendo consagrado mi vida de cristiano y sacerdote a Dios también consagre mi vida y mi ministerio a la Virgen María, Madre de todo sacerdote y de su pueblo; para que Ella como maestra de vida, me señalara el camino a seguir con fidelidad como ella lo vivió.
Hoy que el Señor me da la oportunidad de renovar este compromiso, deseo dar gracias a Dios por medio de María, acompañado de ustedes mis amigos feligreses y hermanos sacerdotes en esta magna Basílica consagrada a nuestra Reina de Guadalupe.
Todos somos conscientes de nuestra historia personal y comunitaria somos conscientes de que necesitamos de una fuerte ayuda espiritual para lograr nuestra salvación y esta ayuda nos vine de María la Creatura que más contribuye como abogada e intercesora ante su Hijo Jesucristo.
Por tal motivo, hoy al participar en esta Eucaristía de Acción de gracias le pedimos su presencia maternal para que sus sentimientos de adoración al Señor, sean nuestros sentimientos y su voluntad de amar a Dios y al prójimo sea nuestra voluntad en el aquí y el ahora de nuestra historia.
Este es el mayor deseo de su servidor al compartir con ustedes esta Eucaristía de Acción de Gracias.
Los espero desde las 6:00 de la tarde para compartir con ustedes mi alegría y mi recuerdo, porque le tiempo no nos favorece después de la santa misa.
Su amigo padre José Medina Montoya.
Reflexiones
¿EXISTEN HOMBRES COMO EL CENTURIÓN CORNELIO, AMANTE DE DIOS Y DE SU PRÓJIMO?
La Iglesia nos recuerda las palabras del Centurión Cornelio, el cual con verdadera fe, pide a Jesús la salud de su siervo con las palabras conocidas que pronunciamos en la Eucaristía en el momento de la comunión: “Señor, yo no soy digno que vengas a mí, pero una sola Palabra tuya bastará para sanarme”.
Jesús, como hemos escuchado del evangelista San Lucas, ha venido como salvador de todos los hombres y ha declarado que su salvación es universal, que su Palabra quiere llegar a todos y no quiere que nadie se pierda.
Sin embargo para realizar esta obra primaria necesita de una sola cosa: La fe, como la vivió el Centurión romano que creyó que Jesús, el Hijo de Dios, era capaz, de dar la salud a su siervo.
Todos se maravillaron al descubrir de inmediato la salud de este siervo con todos los detalles de la narración. También parece importante comentar los movimientos por parte del Centurión y los actos de humildad para pedir la salud de su siervo.
Tan notorio es a los ojos de Jesús que exclama: “No he encontrado una fe tan grande en Israel como la que encuentro en este hombre que tiene autoridad, medios y no obstante, busca el bien de los suyos con verdadero espíritu de persona y de servicio.
Algo similar acontece con la parábola del buen samaritano, que con el anhelo de la del hombre herido que encontró en el camino, realiza varios actos que exaltan el verdadero amor por el prójimo.
La fe es pues, la virtud que Dios nos ha regalado desde el día de nuestro bautismo. Es la oportunidad para vivir en comunión con Dios y aumentar esta fe que depende de nosotros, a tal grado que como los apóstoles que compartían su vida con Jesús, podemos exclamar: “Señor aumenta nuestra fe. Solo la fe puede cambiar la visión de la vida de los hombres. Solo la fe es capaz de mover montañas. Si perdemos la fe perdemos el sentido orientador de la vida”.
Además la virtud de la humildad va de la mano con la virtudes teologales: la fe, esperanza y caridad cuando se practican, reconociendo con justa razón que nuestra existencia es bondad de Dios.
Es de nobleza de nuestra parte pues, agradecer a Dios, y recibir con bondad lo que nos prodiga y compartir con humildad el bien con nuestros hermanos.
¡Que hermoso es descubrir con el evangelio de cada Domingo, la Persona de Cristo tan elocuente con un rostro alegre y generoso! Su amor por el hombre no tiene limites.
¡Aprovechemos este tiempo para crecer como personas, como familia y sociedad en un serio amor a Dios y un generoso servicio a nuestros semejantes!
Te sugiero consultes la parábola del buen samaritano que se halla en San Lucas 10,30-7 y descubre la caridad y humildad al servicio del prójimo.