TODOS LOS SANTOS

Alegrémonos todos en el Señor, al celebrar este día de fiesta en honor de todos los santos: de esta solemnidad se alegran los ángeles y alaban al Hijo de Dios»

Antífona de entrada.

El fenómeno de los santos en los últimos decenios se ha convertido en objeto de creciente interés y atención para la iglesia docente y para los fieles. El ritmo de los beatificaciones y canonizaciones en los últimos decenios se ha acelerado prodigiosamente. La espontánea devoción de los fieles hacia los que han muerto en olor de santidad, prepara la acción de la Iglesia en los procesos de beatificación y canonización. La fiesta de hoy recuerda y propone a la meditación común algunos componentes fundamentales de nuestra fe cristiana -señalaba el Papa San Juan Pablo ll-. En el centro de la Liturgia están sobre todo los grandes temas de la Comunión de los Santos, del destino universal de la salvación, de la fuente de toda santidad que es Dios mismo. Pero la clave de la fiesta que hoy celebramos es la alegría, como hemos rezado en la antífona de entrada; y se trata de una alegría genuina, límpida, como la de quien se encuentra en una gran familia, donde sabe que hunde sus propias raíces. Esta gran familia es la de los Santos: los del cielo y los de la tierra. La Iglesia, nuestra Madre, nos invita hoy a pensar en aquellos que como nosotros, pasaron por este mundo con dificultades y tentaciones parecidas a las nuestras, y vencieron. Es esa muchedumbre inmensa que nadie podría contar de toda nación, raza, pueblo y lengua, según la primera lectura de la Misa. Todos están marcados en la frente y vestidos con vestiduras blancas, lavadas en la sangre del cordero. La marca y los vestidos son símbolos del Bautismo que imprime en el hombre, para siempre, el carácter de la pertenencia a Cristo, y la gracia renovada acrecentada por los sacramentos y las buenas obras.

Muchos santos -de toda edad y condición- han sido reconocidos como tales por la iglesia, cada año, el uno de noviembre, los recordamos y los tomamos como intercesores para tantas ayudas como necesitamos. Son todos ellos que supieron, con la ayuda de Dios, conservar y perfeccionar en su vida la santificación que recibieron en el Bautismo.

Todos hemos sido llamados a la plenitud del Amor, a luchar contra las propias pasiones y tendencias desordenadas, Para la gran mayoría de los hombres, ser santo, supone santificar el propio trabajo, santificarse en su trabajo y santificar a los demás con el trabajo, y encontrar así a Dios en el camino de sus vidas. Todos los santos conocieron, en mayor o menor grado, la enfermedad, la tribulación, las horas bajas en las que todo les Costaba, sufrieron fracasos y tuvieron éxitos. Quizá lloraron, pero conocieron y llevaron a la práctica las palabras del Señor, que hoy también nos trae la Liturgia de la Misa: Vengan a Mí, todos los que están trabajados y cargados, y Yo los aliviaré, Se apoyaron en el Señor, fueron muchas veces a verlo y a estar con El junto al Sagrario: no dejaron de tener cada día un encuentro con El. Los bienaventurados que alcanzaron ya el Cielo, vivieron la caridad con quienes les rodeaban. Esta es la característica de los santos, de aquellos que están ya en la presencia de Dios. El fruto precioso de la devoción a los santos, canonizaciones, propone a los santos como los más perfectos imitadores de Cristo y ejemplos de íntima unión con Dios, la cual constituye la verdadera santidad cristiana. Tener relaciones con los santos es dirigirse a ellos, entablar con ellos una conversación directa y personal. El ejemplo de su vida es una continua llamada al deber de llevar una vida cristiana cada día más perfecta.

Los santos nos dicen: hagan como nosotros. Y es obvio. Imitar no quiere decir copiar; sino que significa inspirarnos en lo que los santos han hecho; ver como se puede entrar en el camino recorrido por ellos; tomar de las múltiples visiones de santidad la que sea más adecuada y más noble para cada uno, dondequiera que se presente tales ejemplos y sea cual fuere la condición de vida, con tal que se sepa recoger la imitación a la misma santidad. En el Cielo nos espera la Virgen María para darnos la mano y llevarnos a la presencia de su Hijo, y de tantos seres queridos como allí nos aguardan.

Pbro: Alberto Fonseca Mendoza

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