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LA SANTA CRUZ

 «Dios me libre de gloriarme si no es de la cruz de nuestro Señor Jesucristo, en la cual el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo». Gálatas 6,14

El significado principal de cruz es único: designa el instrumento de suplicio en general, y más en concreto, el instrumento de suplicio en que Jesucristo ha muerto libremente para la redención de los hombres. Su función histórica trascendental ha ampliado y enriquecido este significado principal. Es una realidad histórica pasada, a la que nos acercamos por medio del recuerdo y la devoción; es también un misterio presente, operante siempre en la vida del cristiano y del hombre en general; es el centro de todo el misterio cristiano: centro del cristianismo es Cristo encarnado, de Cristo encarnado su pasión, y centro de la pasión es la cruz. Por eso la cruz se ha convertido merecidamente en símbolo del cristianismo.

Es un gesto con que se traza sobre personas o cosas una señal en forma de cruz. Es una práctica frecuente entre los cristianos, por lo menos desde el siglo II. Nos signamos la frente a cada paso y a cada movimiento, al principio y al fin de cada obra, al vestirse y al calzarse, al lavarse, a la mesa, al encender las luces, al ir a acostarse, al sentarse, y en cualquier otra tarea que nos ocupe. La cruz ha sido siempre una devoción muy difundida entre el pueblo y entre los ambientes más cultos. Aun actualmente se practica en abundancia: bendiciones dentro y fuera de la liturgia, en la administración de todos los sacramentos, incluso la eucaristía, en las horas litúrgicas, al comienzo de otras devociones privadas; al emprender un viaje o cualquier tarea algo importante de la vida diaria, al empezar a sembrar un campo, al entrar en la iglesia, etc. La señal de la cruz es una profesión de fe y una plegaria invocativa al mismo tiempo. Al hacerla devotamente, el cristiano confiesa su pertenencia a los seguidores de Cristo, el crucificado, y hecha públicamente, denota que el individuo mira esta pertenencia como un título de gloria. Consta, por la tradición litúrgica que, la fiesta de hoy 3 de mayo, se celebraba en Jerusalén ya en el siglo V. Su título contiene la finalidad y fijación de la misma: enaltecer y glorificar la cruz del Señor.

Porque la cruz, señal del discípulo de Cristo, no es signo de muerte, sino de vida, como expresa el simbolismo de la serpiente de bronce en el desierto; no de infamia y derrota, sino de salvación y victoria; no de masoquismo, sino de amor.

El prefacio de la misa de hoy condensa bien el sentido de esta fiesta: Te damos gracias Señor porque has puesto la salvación del género humano en el árbol de la cruz para que, donde tuvo origen la muerte, de allí resurgiera la vida; y el que, venció en un árbol, fuera en otro árbol vencido por Cristo, Señor nuestro. Alusión manifiesta al pecado de origen y a la redención por Cristo, el nuevo Adán, el hombre nuevo. San Pablo, que reflexionó profundamente sobre la paradoja de la cruz, decía: «Dios me libre de gloriarme si no es de la cruz de nuestro Señor Jesucristo, en la cual el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo». Los judíos piden signos, los griegos, buscan sabiduría. Pero nosotros predicamos a Cristo crucificado, escándalo y necedad para los griegos; pero para los llamados a Cristo -judíos o griegos- fuerza de Dios y sabiduría de Dios. Desde esta perspectiva, la cruz cambia de signo.

 Esta es también la visión del cuarto evangelio, Juan, para referirse a la pasión y muerte de Jesús, emplea siempre el término glorificación, la mayoría de las veces en labios de Cristo mismo. Jesús es un rey paradójico que reina desde el trono de la cruz: «Cuando yo sea levantado sobre la cruz, atraeré a todos hacia mí». En la cruz del Señor se cumplió el repetido anuncio de Jesús sobre su muerte violenta en Jerusalén. La pregunta es clara: ¿Por qué tenía que ser así? La respuesta más profunda y válida solamente Dios puede darla. Pisamos el terreno impenetrable del querer divino. Este es el motivo y la razón de la obediencia de Cristo: el designio del Padre, es decir, la salvación del hombre a quien Dios ama. Creemos y decimos que la cruz es la Señal del cristiano, no por masoquismo espiritual, sino porque la cruz es fuente de vida y liberación total como signo que es del amor de Dios por medio de Jesucristo. El misterio de la cruz en la vida de Jesús – y por tanto en la nuestra- es revelación cumbre de amor; y no consagración del dolor y del sufrimiento. Este no es ni puede ser en sí mismo fin, sino solamente medio para expresar amor. El modo más verídico y más auténtico, pues nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos.

Por eso pudo mandarnos Jesús: Ámense como yo los he amado. El amor que testimonia la cruz de Cristo, es la única fuerza capaz de cambiar el mundo, si los que nos decimos sus discípulos seguimos su ejemplo. El poema sublime de amor que es la vida, pasión y muerte de Jesús, pide de nosotros una respuesta también de amor: Nosotros amamos a Dios porque él nos amó primero. Jesús pudo habernos salvado desde el triunfo y la gloria, es decir desde fuera, como un superhombre. Pero prefirió hacerlo desde dentro de nuestra condición humana, ser uno mas, demostrándose a base de humildad, servicio, obediencia y renuncia, en Vez de imponerse desde el dominio y el poder, como en nuestro estilo. Cristo siendo Dios se rebajó hasta someterse, no sólo a la condición humana, sino incluso a una muerte de cruz; por eso Dios lo levantó sobre todo. Su abajamiento le mereció una exaltación gloriosa en su resurrección, un nombre sublime y la adoración del universo entero como Señor resucitado y glorioso. Jesús nos invita a seguirlo en la auto negación que nos libera, abrazando con amor la cruz de cada día, siempre presente de una u otra forma y de la que inútilmente intentamos escapar.

Saber sufrir por amor, es gran sabiduría, la sabiduría de Dios.

 

Pbro: Alberto Fonseca Mendoza

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