Sacerdocio
«El Señor da vigor al fatigado”.
“¿Con quién me van a comparar, que pueda igualarse a mí?”, dice el Dios de Israel. Alcen los ojos a 1o alto y díganme quién ha creado todos aquellos astros. Él es quien cuenta y despliega su ejército de estrellas y a cada una la llama por su nombre; tanta es su omnipotencia y tan grande su vigor, que ninguna de ellas desoye su llamado.
¿Por qué dices tú, Jacob, y lo repites tú, Israel: “Mi suerte se le oculta al Señor y mi causa no le preocupa a mi Dios”? ¿Es que no lo has oído? Desde siempre el Señor es Dios, creador aun de los últimos rincones de la tierra. Él no se cansa ni se fatiga y su inteligencia es insondable.
Él da vigor al fatigado y al que no tiene fuerzas, energía. Hasta los jóvenes se cansan y se rinden, los más valientes tropiezan y caen; pero aquellos que ponen su esperanza en el Señor, renuevan sus fuerzas; les nacen alas como de águila, corren y no se cansan, caminan y no se fatigan.
Muchos de nosotros esperamos con ansia las vacaciones, y desearíamos ir a lugares paradisíacos: playas, bosques, lugares de recreo, sitios históricos, etc. A veces, esos sueños se hacen realidad, de acuerdo a las posibilidades económicas del soñador…sólo que, al regresar, desearíamos un tiempo adicional para “descansar de las vacaciones”. El tiempo que prometía ser de reparación de las fuerzas perdidas y de las tensiones de la vida cotidiana, se convierte en un período lleno de emociones agotadoras. ¡No hubo descanso! Hoy, la Palabra de Dios nos revela su designio maravilloso: “Vengan a mí, todos los que están fatigados y agobiados por la carga, y yo les daré alivio…” Jesús no nos invita a que dejemos de lado nuestras ocupaciones para sumirnos en un letargo pasivo e indolente, sino a que aceptemos su “yugo”, es decir, su dirección amorosa que implica mansedumbre y humildad . Dejar de creer que lo podemos hacer todo, o saberlo todo, para reconocer nuestros límites, acercarnos a quien puede ayudarnos y aceptar los designios de Dios, que siempre son de paz y equilibrio restaurador de nuestras flaquezas. Por eso, Jesús añade: “…porque mi yugo es suave y mi carga, ligera”.
ORACIÓN.
¡Señor, ayúdanos a poner en tus manos todas nuestras preocupaciones y cargas que nos agobian!
¡Ayúdanos a reconocer que somos limitados y que no podemos hacerlo todo, y que tampoco lo sabemos todo….que no somos “omnipotentes”.
¡Concédenos la gracia de aceptar el descanso que Tú nos ofreces, imitándote a Ti
i, y asumiendo tu yugo, suave y ligero!
COMPROMISO.
Revisar mis horarios, programas y tareas a las que me someto todos los días.
¿Implican tiempo para tomar oportunamente los alimentos?
¿Me dejan tiempo para convivir con familia y amigos?
¿Tengo oportunidad para atender mi salud física y espiritual?
¿Dedico tiempo al deporte, a la lectura, a cultivar algún pasatiempo?
¿Dedico tiempo a la oración y a la meditación de la Palabra de Dios?
¿Cuántas horas puedo descansar y dormir?
¿Qué debería cambiar?
Pbro. Enrique Maldonado
Reflexiones, Sacerdocio
San Antonio de Padua.
San Antonio de Padua, es el santo de los milagros, de acuerdo con la devoción popular, pues encuentra buen marido a la joven casadera que no halla, y descubre las cosas perdidas a sus devotos; pero, mil veces más importante que todo esto, es el testimonio que durante su vida brindó a los fieles, un testimonio de plena entrega al servicio del Evangelio. Fernando, tal era su nombre de bautismo, nació en la ciudad de Lisboa, en Portugal. Apenas cumplió los 15 años, resolvió seguir a Cristo en la Orden de los Canónigos de San Agustín, con quienes se inició en la vida religiosa, hizo sus votos y, finalmente, se ordenó sacerdote. El año 1220, pasaron por su monasterio de Coimbra, algunos franciscanos que llevaban consigo las reliquias de sus primeros mártires, sacrificados para el Señor en Marruecos. Fernando se sintió electrizado al contemplar aquellos sangrientos restos. Pidió y obtuvo pasarse a la Orden recién fundada por Francisco de Asís. Logró asimismo ir desde luego a misionar al norte de África, mas apenas llegado a las costas africanas, enfermó gravemente. Se vio forzado a emprender el viaje de regreso a su patria; pero la nave que lo llevaba a Portugal, sorprendida por furiosa tempestad, fue a dar a las costas de Sicilia. El buen clima de la isla devolvió la salud al fraile Antonio, que tal era el nombre que había recibido al revestir el Sayal franciscano.

Antonio fue entonces destinado a morar en el eremitorio de Montepaolo, cerca de Forli. Allí vivió en retiro entregado a la contemplación y al estudio, hasta que un día predicó de repente, por obediencia, sin previa preparación, un sermón tan rico en doctrina y tan conmovedor, que al punto los superiores, lo destinaron a la predicación. Desde entonces, Antonio recorrió la Italia central y la parte norte, así como parte de Francia, provocando numerosas conversiones.
Nuestro santo, no vivía para sí, sino para socorrer, con la palabra viva del Evangelio, a toda clase de cristianos. Su palabra, como la de San Pablo, no era según la humana sabiduría, sino que se fundaba sobre el poder de Dios, que confirmaba sus discursos con espléndidos milagros.
Nuestro gran santo, para la mayor gloria de Dios, se consagró totalmente al ejercicio de la caridad hacia sus semejantes, y por esto, con mucha razón su memoria vive en bendición. Terminaré con las palabras tan conmovedoras de uno de tantos sermones del gran santo: «Cesen por favor, las palabras, y sean las obras las que hablen. Estamos repletos de palabras, pero vacíos de obras, y por esto el Señor nos maldice, como maldijo aquella higuera en la que no halló fruto, sino hojas tan sólo». «La norma del predicador dice San Gregorio: es poner por obra lo que predica». En vano se esfuerza en propagar la doctrina cristiana, el que la contradice con sus obras. Aquí tienen en breve la vida, virtudes y ejemplos de nuestro santo. Justo es, pues, que celebremos hoy la memoria de quien tanto se distinguió, al grado de ser amado de Dios y de los hombres, de una manera especial. Imitemos a nuestro santo Patrono; él mismo nos hace la invitación por boca de san Pablo: «Sean mis imitadores, como yo lo soy de Cristo…» Imitadores en sus virtudes y ejemplos.

Realmente, si han venido a honrarle, ha sido también con el deseo de imitarlo para bien de su alma. Acudamos, pues, a él, en este su día; arrodillémonos ante su bendita imagen y pidámosle que, por su intercesión, nos alcance de Dios la gracia y fortaleza que necesitamos para seguir luchando contra los enemigos de nuestra alma y de nuestro cuerpo; pidámosle, más que todo, nos alcance de Dios misericordia, para que ÉL nos perdone si en algo le hemos ofendido por nuestra falta de fe; por desprecios e ingratitudes, y prometámosle que, en adelante, nosotros seremos fieles imitadores suyos para poder alcanzar lo que le pedimos.
San Antonio de Padua: Aquí tienes a tus hijos, reunidos en este día; han venido llenos de regocijo, para honrarte, felicitarte y depositarte todos sus secretos: sus penas, enfermedades y amarguras de la vida y, por qué no, también sus alegrías por la satisfacción del deber cumplido. Atiende a las súplicas que te hacen, óyelas favorablemente para que, como intercesor que eres, tengas a bien llevarlas hasta el trono de Dios. No te olvides nunca de tus hijos, antes por el contrario, síguelos guiando por el sendero del bien, ya que a ti han sido encomendados: Dános tu bendición; protégenos siempre para que, tarde que temprano vayamos también a gozar de Dios por toda la eternidad.

Autor: Pbro. Alberto Fonseca Mendoza +2021
Residió en la casa sacerdotal
Sacerdocio
Fiesta de la Ascensión del Señor?
Al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, a quienes de un modo particular recordamos en este precioso tiempo pascual, en su nombre iniciamos un nuevo conjunto de reflexiones llamada la oración.
Oración que debe de ser para nosotros los creyentes el alimento de cada día, ya que como seres espirituales necesitamos la fuerza y la vida que nos ofrece la oración… Por ejemplo, la palabra aleluya que repetimos tantas veces en este tiempo pascual, es una oración sencilla y a la vez profunda. En efecto expresa la alegría que debe caracterizar al bautizado que ha experimentado por su fe que el maestro Jesús venció a la muerte y nos libró de todo pecado.

La expresión aleluya significa alabanza a Dios traducida en un grito de alegría, que nace de todo pecho que admira a Jesús. Aleluya que va dirigida al Padre a Jesucristo y al Espíritu Santo santificador para quienes existimos, nos movemos y somos.
El catecismo de la iglesia católica en la primera pregunta del texto afirma: ¿Para qué fuiste creado? Y responde: para conocer, amar y servir a Dios en esta vida y después verlo y gozarlo en la otra vida, por excelencia divina, pues solo Dios la comunica a quien la pide y desea.
Para gozar de este medio maravilloso que es la oración es necesario abrir el corazón con sencillez, alabar, bendecir y dar gracias al cielo por tantas cosas que recibimos.
Lo fundamental para convertirnos en hombres y mujeres de oración esta en convencernos que hay tiempo para todo, basta que nos organicemos y tomemos conciencia de que la oración es lo más importante de nuestra vida. Si somos capaces de pasar tanto tiempo en el celular, en la redes sociales y otros medios de comunicación ¿cómo no vamos a ser capaces de enfocar nuestra atención en la oración y meditar?

¡El querer es poder!
Convenzámonos que la oración es vital para nuestra vida. Recordemos que Jesús en su naturaleza de hombre siempre estuvo en comunicación con su Padre y en su oración mostró el amor que le tenía pues recordemos que Él nos ha hecho nacer con su resurrección a una nueva esperanza incorruptible.
Sí hermanos. Nos esperan cosas bellas al lado de Jesús, lo importante es, como dice el evangelio: “ser sencillos y humildes” como los niños, pues de ellos es el reino de los cielos.
Esta vida se acaba muy pronto… Aprovéchala ejercitándote para que llegar a ser hombres o mujeres de oración. Tengamos el corazón abierto a Dios y volvamos al camino que el mismo Cristo expresó tantas veces.; “yo soy el camino, la verdad y la vida”. Busquemos ese camino y seremos felices aún en esta tierra.

Autor de la reflexión:
Pbro. José Medina Montoya
Residente de la casa Sacerdotal, 82 años de edad y 60 años de ordenado.
Reflexiones, Sacerdocio
FIESTA DE LA EPIFANÍA
El término epifanía no es muy común, pero contiene una riqueza insondable. Con este acontecimiento nuestro Señor nos quiere decir cuánto nos ama. Él ha nacido no solo para el pueblo de Belem, sino para todos los pueblos de la tierra y para todos los hombres. Si entregó su vida por nosotros es para salvarnos a todos. El mayor gusto que le podemos ofrecer es cooperar con Él, para que seamos salvos. En palabras de San Agustín: “Inquieto Señor, esta mi corazón, hasta que no descanse en Ti”.
Ahora pues, que nuestros niños se gozan con sus regalos con motivo de día de Reyes, aprovechemos este maravilloso intercambio, para convertirlo en el cambio que Dios realiza con nosotros. Recibamos espiritualmente la Divinidad de Jesús, nuestro Salvador y démosle nuestra humanidad para que Él la cambie en una fusión maravillosa que nos transforme en hombres nuevos, imágenes de Él en el mundo, en nuestros ambientes y sobre todo en nuestras familias.
¡Feliz fiesta de reyes para todos y de un modo particular para los pequeños!
Pbro. José Medina Montoya
Reflexiones, Sacerdocio
«NOCHE DE NAVIDAD»
Alegrémonos y regocijémonos, porque hoy ha descendido la paz a la tierra; hoy nos ha nacido Jesús, es decir, el amor de nuestros amores, la esperanza de nuestro corazón, la dicha de nuestra alma, el dulcísimo Jesús.
¿Lo ven? Acérquense, ahí esta… todo hermoso y placentero, todo tierno y amoroso, todo suavidad y candor, ahí está robándonos el corazón con sus primeras sonrisas y lágrimas; ahí está para que le amemos, le besemos y le hablemos con sencillez amorosa.
¿Quien es ese niño que tirita de frio recostado en duras pajas? es Dios, quien, llevado de su amor a los hombres, se ha hecho hombre para salvar a los hombres: es el Verbo Eterno, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad.
Si nosotros celebramos alegres el nacimiento de Dios, hemos de hacerlo desde una perspectiva de fe, para que, en medio del ruido, las alegrías de la mesa, el folclor y el romanticismo sentimental de los villancicos, no se nos escape lo más profundo y valioso del nacimiento de Jesús.
Celebremos en cristiano la Navidad, construyendo la paz en nuestro ambiente de familia, vecinos, amigos y compañeros de trabajo, repartiendo amor a los demás sin esperar nada a cambio.
Pbro. Alberto Fonseca Mendoza
Reflexiones, Sacerdocio
LA SANTA CRUZ
«Dios me libre de gloriarme si no es de la cruz de nuestro Señor Jesucristo, en la cual el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo». Gálatas 6,14
El significado principal de cruz es único: designa el instrumento de suplicio en general, y más en concreto, el instrumento de suplicio en que Jesucristo ha muerto libremente para la redención de los hombres. Su función histórica trascendental ha ampliado y enriquecido este significado principal. Es una realidad histórica pasada, a la que nos acercamos por medio del recuerdo y la devoción; es también un misterio presente, operante siempre en la vida del cristiano y del hombre en general; es el centro de todo el misterio cristiano: centro del cristianismo es Cristo encarnado, de Cristo encarnado su pasión, y centro de la pasión es la cruz. Por eso la cruz se ha convertido merecidamente en símbolo del cristianismo.
Es un gesto con que se traza sobre personas o cosas una señal en forma de cruz. Es una práctica frecuente entre los cristianos, por lo menos desde el siglo II. Nos signamos la frente a cada paso y a cada movimiento, al principio y al fin de cada obra, al vestirse y al calzarse, al lavarse, a la mesa, al encender las luces, al ir a acostarse, al sentarse, y en cualquier otra tarea que nos ocupe. La cruz ha sido siempre una devoción muy difundida entre el pueblo y entre los ambientes más cultos. Aun actualmente se practica en abundancia: bendiciones dentro y fuera de la liturgia, en la administración de todos los sacramentos, incluso la eucaristía, en las horas litúrgicas, al comienzo de otras devociones privadas; al emprender un viaje o cualquier tarea algo importante de la vida diaria, al empezar a sembrar un campo, al entrar en la iglesia, etc. La señal de la cruz es una profesión de fe y una plegaria invocativa al mismo tiempo. Al hacerla devotamente, el cristiano confiesa su pertenencia a los seguidores de Cristo, el crucificado, y hecha públicamente, denota que el individuo mira esta pertenencia como un título de gloria. Consta, por la tradición litúrgica que, la fiesta de hoy 3 de mayo, se celebraba en Jerusalén ya en el siglo V. Su título contiene la finalidad y fijación de la misma: enaltecer y glorificar la cruz del Señor.
Porque la cruz, señal del discípulo de Cristo, no es signo de muerte, sino de vida, como expresa el simbolismo de la serpiente de bronce en el desierto; no de infamia y derrota, sino de salvación y victoria; no de masoquismo, sino de amor.

El prefacio de la misa de hoy condensa bien el sentido de esta fiesta: Te damos gracias Señor porque has puesto la salvación del género humano en el árbol de la cruz para que, donde tuvo origen la muerte, de allí resurgiera la vida; y el que, venció en un árbol, fuera en otro árbol vencido por Cristo, Señor nuestro. Alusión manifiesta al pecado de origen y a la redención por Cristo, el nuevo Adán, el hombre nuevo. San Pablo, que reflexionó profundamente sobre la paradoja de la cruz, decía: «Dios me libre de gloriarme si no es de la cruz de nuestro Señor Jesucristo, en la cual el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo». Los judíos piden signos, los griegos, buscan sabiduría. Pero nosotros predicamos a Cristo crucificado, escándalo y necedad para los griegos; pero para los llamados a Cristo -judíos o griegos- fuerza de Dios y sabiduría de Dios. Desde esta perspectiva, la cruz cambia de signo.
Esta es también la visión del cuarto evangelio, Juan, para referirse a la pasión y muerte de Jesús, emplea siempre el término glorificación, la mayoría de las veces en labios de Cristo mismo. Jesús es un rey paradójico que reina desde el trono de la cruz: «Cuando yo sea levantado sobre la cruz, atraeré a todos hacia mí». En la cruz del Señor se cumplió el repetido anuncio de Jesús sobre su muerte violenta en Jerusalén. La pregunta es clara: ¿Por qué tenía que ser así? La respuesta más profunda y válida solamente Dios puede darla. Pisamos el terreno impenetrable del querer divino. Este es el motivo y la razón de la obediencia de Cristo: el designio del Padre, es decir, la salvación del hombre a quien Dios ama. Creemos y decimos que la cruz es la Señal del cristiano, no por masoquismo espiritual, sino porque la cruz es fuente de vida y liberación total como signo que es del amor de Dios por medio de Jesucristo. El misterio de la cruz en la vida de Jesús – y por tanto en la nuestra- es revelación cumbre de amor; y no consagración del dolor y del sufrimiento. Este no es ni puede ser en sí mismo fin, sino solamente medio para expresar amor. El modo más verídico y más auténtico, pues nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos.
Por eso pudo mandarnos Jesús: Ámense como yo los he amado. El amor que testimonia la cruz de Cristo, es la única fuerza capaz de cambiar el mundo, si los que nos decimos sus discípulos seguimos su ejemplo. El poema sublime de amor que es la vida, pasión y muerte de Jesús, pide de nosotros una respuesta también de amor: Nosotros amamos a Dios porque él nos amó primero. Jesús pudo habernos salvado desde el triunfo y la gloria, es decir desde fuera, como un superhombre. Pero prefirió hacerlo desde dentro de nuestra condición humana, ser uno mas, demostrándose a base de humildad, servicio, obediencia y renuncia, en Vez de imponerse desde el dominio y el poder, como en nuestro estilo. Cristo siendo Dios se rebajó hasta someterse, no sólo a la condición humana, sino incluso a una muerte de cruz; por eso Dios lo levantó sobre todo. Su abajamiento le mereció una exaltación gloriosa en su resurrección, un nombre sublime y la adoración del universo entero como Señor resucitado y glorioso. Jesús nos invita a seguirlo en la auto negación que nos libera, abrazando con amor la cruz de cada día, siempre presente de una u otra forma y de la que inútilmente intentamos escapar.
Saber sufrir por amor, es gran sabiduría, la sabiduría de Dios.
Pbro: Alberto Fonseca Mendoza
Reflexiones, Sacerdocio
LA EUCARISTIA Y EL HAMBRE POR DIOS
El ser humano es un ser necesitado. Es estar atrapado en una constante búsqueda de algo más, algo más que satisfaga cada anhelo, cada deseo dentro de nosotros. De hecho, cuanto más nos damos cuenta de lo limitados que somos, más vemos cómo nuestra existencia entera apunta a algo más allá de nosotros mismos. En ese Más Allá está nuestro significado, nuestra meta. Este suspiro es lo que hace que el salmista grite: «¡Dios, eres tú para quien yo anhelo! ¡Por ti anhela mi cuerpo!» Ser humano es tener hambre.
Pero ¿cómo puede el salmista estar seguro de que Dios es la respuesta? El Catecismo nos dice que «el deseo de Dios está escrito en el corazón humano, porque el hombre es creado por Dios y para Dios; y Dios nunca cesa de atraer al hombre hacia Él» (CCC, 27). Dios mismo coloca el deseo por Él en nuestros corazones, y el mismo Dios hace que nuestros corazones le griten llenos de esperanza. Rendirnos al Misterio, el Misterio del Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Jesucristo en lo que parece ser un pedazo de pan, es lo más razonable que podemos hacer. Porque nos hicieron para ese Misterio. Lo sabemos muy dentro de nosotros mismos. Es el camino elegido por Dios para atraernos incesantemente a Él. Alguien escribió una vez que «la experiencia más bella y más profunda que un hombre puede tener es el sentido de lo misterioso … Sentir que detrás de todo lo que puede experimentarse hay algo que nuestra mente no puede captar y cuya belleza y sublimidad nos alcanzan solo indirectamente … esto es religiosidad «. Sorprendentemente, esas son las palabras de Albert Einstein. Y si un hombre tan dedicado a la ciencia estaba dispuesto a admitir la necesidad indispensable de ser religioso antes del Misterio, entonces no debemos tener ninguna duda sobre lo que estamos haciendo cuando nos encontramos ante el tabernáculo o la custodia en la adoración.
Del libro Jesús presente ante mi.
Reflexiones, Sacerdocio
LA VIRGEN DE GUADALUPE
PATRONA DE MÉXICO Y EMPERATRIZ DE AMÉRICA
«ECHÉ RAÍCES EN EL PUEBLO GLORIOSO». Eclesiástico 24,16
México entero, año tras año, celebra con santa alegría y pleno regocijo, la gran festividad de la santísima Virgen María de Guadalupe, de la cual, todos los mexicanos nos sentimos orgullosos, porque nos cupo en suerte poseer aquella gracia especial de Dios al aparecerse esta hermosa Señora en nuestro suelo patrio y tierra bendita de Dios por un singular privilegio. Hoy, por consiguiente, todos jubilosos, venimos a rendirle tributos de su misión y vasallaje por los grandes beneficios que de Ella hemos recibido, al dignarse posar sus benditas plantas virginales en la árida colina del Tepeyac. Por eso nuestra Señora de Guadalupe, debe mirarse siempre en todas las regiones de América, pues, cuando se efectuó el idilio entre Ella y Juan Diego en la colina del Tepeyac, allí se llevó a cabo un pacto que el Señor de los cielos quiso hacer con los pueblos de América. Para celebrarlo, bajó María, como lo hacen los embajadores, identificándose con estas palabras: «Yo soy la siempre Virgen María, Madre del Dios verdadero, por quien se vive».
Aquí la tenemos en nuestra Patria, dispuesta siempre para atender las súplicas y remediar las necesidades de sus hijos con el bálsamo de su amor y su ternura. Aunque todo el universo es herencia y patrimonio de María, aunque en todas las naciones tiene Ella el primado y la soberanía, sin embargo, establece de un modo especial su trono y ejerce singularmente su poder maternal en los pueblos que se precian de católicos fervientes.
«Eché raíces en el pueblo glorioso»… Nuestro México es el pueblo glorioso. Siempre la protección de María y el culto a la celestial Señora han acompañado a los apóstoles del Evangelio, y ahí donde han plantado el árbol divino de la cruz, ahí también se ha enarbolado el estandarte de María, y ahí ha obtenido la Reina de cielos y tierra posesión especial de un nuevo patrimonio.

En los designios de Dios, como es la ley del Altísimo escoger instrumentos débiles para confundir a los fuertes, se valió aquí de un pobre y sencillo indígena, llamado Juan Diego, para servir de heraldo y embajador de la Madre de Dios. Y así, por su medio, María nos descubrió que su patrocinio se había de ejercer sentando en México su trono de gloria, de soberanía y de dispensación. Ella nos espera hoy y siempre ante sus plantas, diciéndonos: Vengan a mí cuantos me aman y sáciense de mis frutos… El que me escucha, jamás será confundido, y los que me sirven no pecarán.» Yo soy la Madre del amor, del temor, de la ciencia y de la santa esperanza.
El amor correspondido a la Virgen de Guadalupe, es la esencia de la nacionalidad mexicana, y también la fuente de vida del pueblo. Ella vino a nosotros según dijo- a escuchar nuestras quejas, lamentos y desconsuelos. La Virgen no habló a los sabios ni a los conquistadores, ni a quienes esclavizaban a sus hermanos: buscó al pueblo mexicano de entonces, nuestros antepasados. La importancia de estos festejos es trascendental, porque la imagen de la Virgen de Guadalupe representa la unidad más firme del pueblo de México; la Guadalupana, es la representación del mestizaje, la que nos da fe y esperanza para seguir luchando por la causa de Dios. El acontecimiento guadalupano es el suceso que nos identifica, integra y unifica como Nación; a través de él, Dios ha signado una alianza con nosotros. En este pacto, la respuesta que nos exige el diálogo de Dios ha comenzado con nosotros, por medio de Santa María de Guadalupe.
Como propósitos de este día, procuremos crear en nuestro País, un clima más justo, más humano y cristiano.
Construyamos, pues, el templo de la fraternidad mexicana: es obligación de cada uno de los mexicanos que somos cristianos. Mas, no habrá verdadera hermandad sin un amor operante, y sin la previa implantación de una auténtica justicia para todos. Acerquémonos, pues, a Ella, pero con filial confianza. Ya que María ha establecido aquí su trono, precisamente para ejercer su reino de misericordia, qué puede impedirnos el acercarnos a Ella, acudir a Ella e invocarla en todas nuestras necesidades, peligros, adversidades intempestivas de la vida ¿Acaso, ha habido alguno que después de invocarla, haya sido desamparado y no escuchado por quien es Reina y Madre de misericordia, como la saludamos diariamente en la oración de la Salve?. También debemos acercarnos a Ella, con gratitud, porque, debiéndole tantos beneficios del orden espiritual como material, ¿no sería el colmo de la maldad ser ingratos con quien es Madre y abogada nuestra?.

Debemos ofrecerle y consagrarle toda nuestra vida a su santo servicio, santificar y celebrar sus fiestas con mayor solemnidad, y publicar sin cesar sus glorias. Rindámosle, pues, tributo de su misión y vasallaje, ya que Ella es la Emperatriz de América, la Patrona de nuestra Nación mexicana. Reconozcámonos siempre súbditos de María, puestos bajo su patrocinio que todos sus hijos nos acerquemos a Ella con sincero corazón, con fe perfecta, purificados los corazones de toda conciencia mala y lavado el cuerpo con el agua pura. La Santísima Virgen de Guadalupe pidió un templo… Nosotros le ofrecemos millones de templos, que son los corazones de los mexicanos, para que en ellos reine y sea alabada y bendecida por siempre.
Volvamos, pues, nuestras miradas a la Virgen María, Madre de Dios y Madre nuestra, y digámosle: He venido hasta tus plantas, para saludarte, felicitarte, y rendirte pleitesía por tus favores; he venido para contarte mis penas y necesidades espirituales como temporales, y las de mi familia; he venido también para pedirte por mis semejantes, para que vuelvan sus ojos hacia ti y te amen; yo les hablaré de ti; yo rezaré por ellos; más aún, yo me sacrificaré por ellos. Amén.
Pbr. Alberto Fonseca Mendoza
Donativos, Sacerdocio
SANTO APÓSTOL SANTIAGO EL MAYOR
«Ya no los llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero les digo amigos, porque todo lo que oí de mi Padre, se los he dado a conocer». Juan 15,15
Grandes y numerosos fueron, en todos los tiempos, los títulos con que el Señor de la gloria se ha dignado honrar a su criatura en la tierra; importantes y extraordinarias han sido las comunicaciones de la bondad divina entre los hombres, pero nada nos prueba tanto esa dignación admirable del señor, como el título de amigos que dio a sus apóstoles al despedirse de ellos: «La paz, les dejo, mi paz les doy, no como el mundo la da -con alegrías locas y desenfrenos-, sino como se las doy Yo. Los apóstoles y discípulos de Jesús, fueron elevados a la categoría de amigos: «Ustedes son mis amigos; no me han elegido ustedes a mí, sino que yo los elegí a ustedes, y los he destinado para que vayan y den fruto y su fruto permanezca, para que, cuanto pidan al Padre en mi nombre, Él se los conceda».
Ser esclavo de un Dios, a quien servir es reinar, es cosa digna de aprecio; ser hijo del Altísimo por la gracia, es una distinción jamás merecida por la humana virtud, pero ser amigo de Dios, denota una casi igualdad con el Rey de los cielos, y no tiene ponderación adecuada en el humano lenguaje.
Hoy celebramos la memoria de uno de estos afortunados varones que oyeron de los labios mismos del Salvador: «Ustedes son mis amigos». El santo apóstol Santiago, cuya fiesta hoy celebra la Iglesia universal nuestra Madre, y de una manera muy especial ustedes, fue un distinguido amigo de Jesús y un modelo de virtud para todos ustedes, quienes desde antaño lo escogieron para que él fuese el santo Patrono de esta Comunidad, para honrarlo como se merece, y con el fin de que él presidiera todos los actos y dirigiera los destinos de sus hijos; para que fuese el abogado, protector y, sobre todo, el intercesor de toda esta porción del pueblo de Dios.
Santiago, a quien llamamos el Mayor, para distinguirlo del otro Apóstol del mismo nombre, fue hijo del Zebedeo y de Salomé, hermano mayor de San Juan Evangelista, y pariente próximo de la Santísima Virgen; nació doce años antes que nuestro Salvador, en Betsaida, ciudad de Galilea, y se ocupaba en el ejercicio de la pesca cuando Jesucristo había comenzado a predicar en público. Habiendo Ilegado Jesús un día al lago de Genezaret, vio en él dos barcas de pescadores parados a la orilla, cuyos dueños estaban fuera lavando las redes: entró su Majestad en una, que era la de Pedro, para predicar desde élla a la multitud con desahogo; la otra pertenecía al Zebedeo y sus hijos.
Luego que acabó su discurso al pueblo, dijo a Simón, a quien puso después el nombre de Pedro, tirase a alta mar y arrojase las redes para pescar. Obedeció éste, a pesar de que así él como sus otros compañeros no habían podido coger un solo pez en toda la noche, y recogieron tan gran número de peces, que tuvieron que llamar en su auxilio a los de la otra barca, los que ocurrieron y las llenaron ambas hasta llegar casi a sumergirse. A esta maravillosa pesca siguió a pocos días la vocación de San Pedro y San Andrés, a quienes llamó el Señor con aquellas palabras misteriosas: síganme y haré que sean pescadores de hombres, y pasando más adelante hizo el mismo llamamiento a los dos hermanos Santiago y Juan, los cuales, abandonándolo todo, lo siguieron al momento.
Esta obediencia tan pronta, acaso fue el motivo de la particular predilección que gozaron estos Apóstoles para con su divino Maestro. Desde entonces fue nuestro Santiago, compañero inseparable de Jesucristo y testigo de su predicación y milagros.
Pbro. Alberto Fonseca Mendoza