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El sagrado corazón de Jesús

 «Vengan a mí todos los que están fatigados y agobiados por la carga que Yo los aliviaré. Tomen sobre ustedes mi yugo, y aprendan de mí, que soy manso y humilde de Corazón, y hallarán el descanso para sus almas. Porque suave es mi yugo y ligera mi carga». Mateo 11,28-30.

Basta abrir las Sagradas Escrituras, para convencerse de la lucha amorosa sostenida entre Dios y el hombre en todos los siglos. Dios quiere, en su infinita misericordia reconquistar el corazón humano, obra de sus manos, su encanto, su delicia, su ideal. El hombre a su vez busca a Dios, su Creador, su padre, su benefactor y su verdadera felicidad para reconciliarse con ÉI, entregarle su Corazón con todos sus afectos y sentimientos, adueñarse del suyo, y así ennoblecerse y divinizarse. El señor se dirige a los hombres de todos los tiempos: denme hijos míos su corazón y fijen sus ojos en mis caminos… preparen su corazón,y sírvanme a mí sólo (Proverbios 23-26).

Y cuando el Hijo de Dios aparece humanado en medio del mundo, conversando con los hombres, insiste en pedirles su corazón, para curarlo de sus dolencias, elevarlo y hacerlo semejante al suyo: dulce, manso y humilde. Desde el pesebre hasta el Calvario, no pide otra cosa… Sube a las montañas, cruza las llanuras, desciende hasta las hondonadas de los valles, y recorre todos los caminos, buscando siempre con afán, entre ruegos y gemidos, el corazón humano que El ha creado para su gloria. Es crucificado y sufre lo indecible, muere y resucita; sube al cielo y se sienta Omnipotente a la diestra de su Padre y al mismo tiempo permanece en la tierra, humillado hasta el exceso, en los sagrados velos de la Eucaristía… siempre sediento de amor y resuelto a conquistar el corazón del hombre. ¡Misterios insondables! El amor infinito empeñado en obtener la correspondencia del mezquino corazón humano. Los que le vieron, dan testimonio de que pasó por el mundo, invitando a todos a que fueran a Él, a consolarse de sus pesares, a aliviar la carga de sus trabajos, a fortalecerse y a aprender en la escuela de su Corazón, las preciosas lecciones de humildad y pureza, mansedumbre y dulzura, que desde la casa de su Padre trajo a nuestra tierra.

¿Qué se entiende por el Corazón de Jesús? Es sencillamente el corazón material, el corazón de carne del divino Salvador, el mismo que fue herido

con la lanza del soldado en la cruz, el mismo que Jesucristo resucitado conserva aún en su gloriosa humanidad: es, pues, el corazón de carne, pero en cuanto símbolo y emblema de la caridad de Jesucristo, o sea, del amor que tiene a su Eterno Padre y a los hombres. Porque, efectivamente, así como el hombre se compone de cuerpo visible y de alma invisible, así también, el objeto de la devoción al Corazón de Cristo, se compone de dos elementos: uno material y sensible, que forma como el cuerpo de esta devoción, y es el Corazón de Jesús, y otro espiritual, que constituye como su alma, y es la caridad de que está lleno el mismo corazón. Separar estos dos elementos, sería destruir la devoción al Sagrado Corazón, como los Jansenistas que en rigor convenían en que se honrase la caridad de Jesucristo, mas no consentían que se honrase el corazón de carne y material.

Simplemente no tenían la devoción al sagrado corazón, Así pues, el objeto de esta devoción es justamente el corazón de carne de Jesús y el amor con el que latía. El corazón como elemento simbólico, y el amor el elemento simbolizado.

“Bajo el símbolo del corazón se adorna el amor”. Nos dice la liturgia.

¿Qué es lo que pide el Corazón de Jesús?… Jesús, al instituir la devoción a su sagrado Corazón, no se propuso otro fin que hacerse amar de los hombres; y para que así lo entendiésemos, bastaba darnos su Corazón, es decir, su amor, para que nosotros a la vez le diésemos el nuestro. NO. ocultó su intento, antes bien lo declaró terminantemente a Margarita María, diciendo: Tengo sed y me abraso en deseos de ser amado; quiero convertir las almas a mi amor. Y la Iglesia, siempre que habla de la devoción al Sagrado Corazón, dice que, el fin y la única razón de ser de esta devoción, está en hacernos dar al Salvador, amor por amor.

Pbro. Alberto Fonseca Mendoza

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