Reflexiones, Sacerdocio
San José obrero
Día internacional del trabajo
«Dichoso el que teme al Señor y cumple su voluntad. Él gozará el fruto de su trabajo, tendrá prosperidad y alegría». Sal. 127, 1-2
La Iglesia, al presentarnos hoy a San José como modelo, no se limita a valorar una forma de trabajo, sino la dignidad y el valor de todo trabajo humano honrado. En la primera lectura de la misa leemos la narración del génesis en la que se muestra al hombre como partícipe de la Creación. También nos dice la Sagrada Escritura que puso Dios al hombre en el jardín del Edén para que lo cultivara y guardase. El trabajo, desde el principio, es para el hombre un mandato, una exigencia de condición de criatura y expresión de su dignidad. Es la forma en la que colabora con la Providencia divina sobre el mundo. Con el pecado original, la forma de esa colaboración, el cómo, sufrió una alteración: Maldita sea la tierra por tu causa, leemos también en el génesis; con fatiga te alimentarás de ella todos los días de tu vida… Con el sudor de tu frente comerás el pan… Lo que habría de realizarse de un modo apacible y placentero, después de la caída original se volvió dificultoso, y muchas veces agotador. Con todo, permanece inalterado el hecho de que la propia labor está relacionada con el Creador y colabora en el plan de redención de los hombres. Las condiciones que rodean al trabajo, han hecho que algunos lo consideren como un castigo, o que se convierta, por la malicia del corazón humano cuando se aleja de Dios, en una mera mercancía o en instrumento de opresión, de tal manera que en ocasiones se hace difícil comprender su grandeza y su dignidad. Otras veces, el trabajo se considera como un medio exclusivo de ganar dinero, que se presenta como fin único, o como manifestación de vanidad, de propia autoafirmación, de egoísmo… olvidando el trabajo en sí mismo, como obra divina, porque es colaboración con Dios y ofrenda a Él, donde se ejercen las virtudes humanas y las sobrenaturales.
Durante mucho tiempo se despreció el trabajo material como medio de ganarse la vida, considerándolo como algo sin valor o envilecedor. Y con frecuencia observamos cómo la sociedad materialista de hoy divide a los hombres por lo que ganan, su capacidad de obtener un mayor nivel de bienestar económico, muchas veces desorbitado. Es hora de que los cristianos digamos muy alto que el trabajo es un don de Dios, y que no tiene ningún sentido dividir a los hombres en diversas categorías según los tipos de trabajo, considerando unas tareas más nobles que otras. El trabajo, todo trabajo, es testimonio de la dignidad del hombre, de su dominio sobre la creación. Es ocasión de desarrollo de la propia personalidad. Es vínculo de unión con los demás seres, fuente de recursos para sostener a la propia familia; medio de contribuir a la mejora de la sociedad, en la que se vive, y al progreso de toda la Humanidad. Esto es lo que nos recuerda la fiesta de hoy, al proponernos como modelo y patrono a San José, un hombre que vivió de su oficio, al que debemos recurrir con frecuencia para que no se degrade ni se desdibuje la tarea que tenemos entre manos, pues no raras veces, cuando se olvida a Dios, la materia sale del taller ennoblecida, mientras que los hombres se envilecen, como nos dice el Papa Pío XI. Nuestro trabajo, con ayuda de San José, debe salir de nuestras manos como una ofrenda gratísima al Señor, convertido en oración.

El Evangelio de la misa nos muestra, una vez más, cómo a Jesús le conocen en Nazaret por su trabajo. Cuando vuelve Jesús a su tierra, sus vecinos decían: ¿No es éste el hijo del carpintero? ¿No es su madre María?… En otro lugar se dice que Jesús siguió el oficio del que le hizo las veces de padre aquí en la tierra, como ocurre en tantas ocasiones: ¿No es este el carpintero, hijo de María?.. El trabajo quedó santificado al ser asumido por el Hijo de Dios y, desde entonces, puede convertirse en tarea redentora, al unirlo a Cristo Redentor del mundo. La fatiga, el esfuerzo, las condiciones duras y difíciles, consecuencia del pecado original, se convierten con Cristo en valor sobrenatural inmenso para uno mismo y para toda la humanidad. Sabemos que el hombre ha sido asociado a la obra redentora de Jesucristo, que ha dado una dignidad eminente al trabajo ejecutándolo con sus propias manos en Nazaret.
Pbro. Alberto Fonseca Mendoza
Reflexiones, Sacerdocio
VOCACIÓN
Si pudiera, mi dulce Señor, buscaría la escalera al cielo para encontrarte en tu pedestal prisionero del madero. Si pudiera, te quitaría la corona, la de espinas, la que ciñe tus sienes, la de la ignominia, la corona que sentencia a los inocentes, la de la maldad, la corona de la insensatez . Si pudiera, desaparecería esa corona de dolor y de muerte o cuando menos la volvería inofensiva quitándole una a una las espinas, para que ya no hiera, para que no derrame sangre y deje de ser el símbolo de la tragedia. Si pudiera, señor, te pediría que me dejaras curar tus llagas, suturar tus heridas, drenar tus hematomas, como lo he hecho durante muchos años con mis pacientes. Si pudiera, me aprestaría a desbridar de tus manos y tus pies los clavos que te tienen atado a esa cárcel y entonces suplicarte que vuelvas a peregrinar en los caminos y te quedes con nosotros. Aquí y ahora; aquí, allá y en todas partes. No hay lugar en que tu presencia no sea necesaria, haces falta a cada paso, el encuentro cotidiano y continuo reconforta y alienta. Entonces, si pudiera, no me cansaría de implorar vuelvas tu mirada a todos los campos de batalla en los que se da la tremenda lucha, cuerpo a cuerpo, de persona a persona, del equipo de salud y enfermos contra el invisible y devastador enemigo. Otra vez una corona de espinas. El escenario de la conflagración se da desde los consultorios, los hospitales, las salas de urgencias y las unidades de terapia intensiva, en las que los ejércitos de ángeles en lugar de alas tienen batas, cubrebocas, gorros y guantes, aliados para la defensa y el ataque con la ciencia y la tecnología.

Sin duda, si pudiera, mi ruego sería que tu espíritu llene esos espacios, los envuelva y proteja. Si pudiera, esperaría el milagro de que resucites la fe, tanto en la ciencia como en los hombres, de que calmes las aguas en la tormenta para disuadir el miedo y manejar el inevitable temor de la incertidumbre. Si pudiera, me hidrataría con el agua viva de tu manantial, para mantener la energía de las agobiantes jornadas de trabajo. Si pudiera, desearía que tu luz siempre llegue oportuna para iluminar el camino que debo tomar en el ejercicio de la medicina, para no
hacer daño y sanar a mis pacientes.
Si pudiera, asomarme a tu mente, para entender que la vida y la muerte no son solo el triunfo y la derrota, sino la materialización del amor al prójimo tejido con misericordia y servicio para poder aceptar la voluntad que viene de lo alto. Si pudieran, no perdería la esperanza.
Si pudiera, no renunciaría a mi vocación. Si pudiera, Señor mío, volvería acudir al llamado…
“EN MEMORIA DE TODOS LOS TRABAJADORES DE LA SALUD, EN EL MUNDO, QUE HAN SACRIFICADO SUS VIDAS LUCHANDO CONTRA LA PANDEMIA, Y EL MAYOR RECONOCIMIENTO A TODO EL PERSONAL SANITARIO QUE HEROICAMENTE SIGUE EN LA BATALLA”
Vengan benditos de mi Padre…porque estuve enfermo y me visitaron …
Mt 25,31-46
CDMX, 31 de marzo
Autor: Dr. José Sáchez Chibrás