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SANTO APÓSTOL SANTIAGO EL MAYOR

«Ya no los llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero les digo amigos, porque todo lo que oí de mi Padre, se los he dado a conocer».                                                                                     Juan 15,15

Grandes y numerosos fueron, en todos los tiempos, los títulos con que el Señor de la gloria se ha dignado honrar a su criatura en la tierra; importantes y extraordinarias han sido las comunicaciones de la bondad divina entre los hombres, pero nada nos prueba tanto esa dignación admirable del señor, como el título de amigos que dio a sus apóstoles al despedirse de ellos: «La paz, les dejo, mi paz les doy, no como el mundo la da -con alegrías locas y desenfrenos-, sino como se las doy Yo. Los apóstoles y discípulos de Jesús, fueron elevados a la categoría de amigos: «Ustedes son mis amigos; no me han elegido ustedes a mí, sino que yo los elegí a ustedes, y los he destinado para que vayan y den fruto y su fruto permanezca, para que, cuanto pidan al Padre en mi nombre, Él se los conceda».

Ser esclavo de un Dios, a quien servir es reinar, es cosa digna de aprecio; ser hijo del Altísimo por la gracia, es una distinción jamás merecida por la humana virtud, pero ser amigo de Dios, denota una casi igualdad con el Rey de los cielos, y no tiene ponderación adecuada en el humano lenguaje.

Hoy celebramos la memoria de uno de estos afortunados varones que oyeron de los labios mismos del Salvador: «Ustedes son mis amigos». El santo apóstol Santiago, cuya fiesta hoy celebra la Iglesia universal nuestra Madre, y de una manera muy especial ustedes, fue un distinguido amigo de Jesús y un modelo de virtud para todos ustedes, quienes desde antaño lo escogieron para que él fuese el santo Patrono de esta Comunidad, para honrarlo como se merece, y con el fin de que él presidiera todos los actos y dirigiera los destinos de sus hijos; para que fuese el abogado, protector y, sobre todo, el intercesor de toda esta porción del pueblo de Dios.

Santiago, a quien llamamos el Mayor, para distinguirlo del otro Apóstol del mismo nombre, fue hijo del Zebedeo y de Salomé, hermano mayor de San Juan Evangelista, y pariente próximo de la Santísima Virgen; nació doce años antes que nuestro Salvador, en Betsaida, ciudad de Galilea, y se ocupaba en el ejercicio de la pesca cuando Jesucristo había comenzado a predicar en público. Habiendo Ilegado Jesús un día al lago de Genezaret, vio en él dos barcas de pescadores parados a la orilla, cuyos dueños estaban fuera lavando las redes: entró su Majestad en una, que era la de Pedro, para predicar desde élla a la multitud con desahogo; la otra pertenecía al Zebedeo y sus hijos.

Luego que acabó su discurso al pueblo, dijo a Simón, a quien puso después el nombre de Pedro, tirase a alta mar y arrojase las redes para pescar. Obedeció éste, a pesar de que así él como sus otros compañeros no habían podido coger un solo pez en toda la noche, y recogieron tan gran número de peces, que tuvieron que llamar en su auxilio a los de la otra barca, los que ocurrieron y las llenaron ambas hasta llegar casi a sumergirse. A esta maravillosa pesca siguió a pocos días la vocación de San Pedro y San Andrés, a quienes llamó el Señor con aquellas palabras misteriosas: síganme y haré que sean pescadores de hombres, y pasando más adelante hizo el mismo llamamiento a los dos hermanos Santiago y Juan, los cuales, abandonándolo todo, lo siguieron al momento.

Esta obediencia tan pronta, acaso fue el motivo de la particular predilección que gozaron estos Apóstoles para con su divino Maestro. Desde entonces fue nuestro Santiago, compañero inseparable de Jesucristo y testigo de su predicación y milagros.

 

Pbro. Alberto Fonseca Mendoza

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