Reflexiones, Sacerdocio
LA VIRGEN DE GUADALUPE
PATRONA DE MÉXICO Y EMPERATRIZ DE AMÉRICA
«ECHÉ RAÍCES EN EL PUEBLO GLORIOSO». Eclesiástico 24,16
México entero, año tras año, celebra con santa alegría y pleno regocijo, la gran festividad de la santísima Virgen María de Guadalupe, de la cual, todos los mexicanos nos sentimos orgullosos, porque nos cupo en suerte poseer aquella gracia especial de Dios al aparecerse esta hermosa Señora en nuestro suelo patrio y tierra bendita de Dios por un singular privilegio. Hoy, por consiguiente, todos jubilosos, venimos a rendirle tributos de su misión y vasallaje por los grandes beneficios que de Ella hemos recibido, al dignarse posar sus benditas plantas virginales en la árida colina del Tepeyac. Por eso nuestra Señora de Guadalupe, debe mirarse siempre en todas las regiones de América, pues, cuando se efectuó el idilio entre Ella y Juan Diego en la colina del Tepeyac, allí se llevó a cabo un pacto que el Señor de los cielos quiso hacer con los pueblos de América. Para celebrarlo, bajó María, como lo hacen los embajadores, identificándose con estas palabras: «Yo soy la siempre Virgen María, Madre del Dios verdadero, por quien se vive».
Aquí la tenemos en nuestra Patria, dispuesta siempre para atender las súplicas y remediar las necesidades de sus hijos con el bálsamo de su amor y su ternura. Aunque todo el universo es herencia y patrimonio de María, aunque en todas las naciones tiene Ella el primado y la soberanía, sin embargo, establece de un modo especial su trono y ejerce singularmente su poder maternal en los pueblos que se precian de católicos fervientes.
«Eché raíces en el pueblo glorioso»… Nuestro México es el pueblo glorioso. Siempre la protección de María y el culto a la celestial Señora han acompañado a los apóstoles del Evangelio, y ahí donde han plantado el árbol divino de la cruz, ahí también se ha enarbolado el estandarte de María, y ahí ha obtenido la Reina de cielos y tierra posesión especial de un nuevo patrimonio.

En los designios de Dios, como es la ley del Altísimo escoger instrumentos débiles para confundir a los fuertes, se valió aquí de un pobre y sencillo indígena, llamado Juan Diego, para servir de heraldo y embajador de la Madre de Dios. Y así, por su medio, María nos descubrió que su patrocinio se había de ejercer sentando en México su trono de gloria, de soberanía y de dispensación. Ella nos espera hoy y siempre ante sus plantas, diciéndonos: Vengan a mí cuantos me aman y sáciense de mis frutos… El que me escucha, jamás será confundido, y los que me sirven no pecarán.» Yo soy la Madre del amor, del temor, de la ciencia y de la santa esperanza.
El amor correspondido a la Virgen de Guadalupe, es la esencia de la nacionalidad mexicana, y también la fuente de vida del pueblo. Ella vino a nosotros según dijo- a escuchar nuestras quejas, lamentos y desconsuelos. La Virgen no habló a los sabios ni a los conquistadores, ni a quienes esclavizaban a sus hermanos: buscó al pueblo mexicano de entonces, nuestros antepasados. La importancia de estos festejos es trascendental, porque la imagen de la Virgen de Guadalupe representa la unidad más firme del pueblo de México; la Guadalupana, es la representación del mestizaje, la que nos da fe y esperanza para seguir luchando por la causa de Dios. El acontecimiento guadalupano es el suceso que nos identifica, integra y unifica como Nación; a través de él, Dios ha signado una alianza con nosotros. En este pacto, la respuesta que nos exige el diálogo de Dios ha comenzado con nosotros, por medio de Santa María de Guadalupe.
Como propósitos de este día, procuremos crear en nuestro País, un clima más justo, más humano y cristiano.
Construyamos, pues, el templo de la fraternidad mexicana: es obligación de cada uno de los mexicanos que somos cristianos. Mas, no habrá verdadera hermandad sin un amor operante, y sin la previa implantación de una auténtica justicia para todos. Acerquémonos, pues, a Ella, pero con filial confianza. Ya que María ha establecido aquí su trono, precisamente para ejercer su reino de misericordia, qué puede impedirnos el acercarnos a Ella, acudir a Ella e invocarla en todas nuestras necesidades, peligros, adversidades intempestivas de la vida ¿Acaso, ha habido alguno que después de invocarla, haya sido desamparado y no escuchado por quien es Reina y Madre de misericordia, como la saludamos diariamente en la oración de la Salve?. También debemos acercarnos a Ella, con gratitud, porque, debiéndole tantos beneficios del orden espiritual como material, ¿no sería el colmo de la maldad ser ingratos con quien es Madre y abogada nuestra?.

Debemos ofrecerle y consagrarle toda nuestra vida a su santo servicio, santificar y celebrar sus fiestas con mayor solemnidad, y publicar sin cesar sus glorias. Rindámosle, pues, tributo de su misión y vasallaje, ya que Ella es la Emperatriz de América, la Patrona de nuestra Nación mexicana. Reconozcámonos siempre súbditos de María, puestos bajo su patrocinio que todos sus hijos nos acerquemos a Ella con sincero corazón, con fe perfecta, purificados los corazones de toda conciencia mala y lavado el cuerpo con el agua pura. La Santísima Virgen de Guadalupe pidió un templo… Nosotros le ofrecemos millones de templos, que son los corazones de los mexicanos, para que en ellos reine y sea alabada y bendecida por siempre.
Volvamos, pues, nuestras miradas a la Virgen María, Madre de Dios y Madre nuestra, y digámosle: He venido hasta tus plantas, para saludarte, felicitarte, y rendirte pleitesía por tus favores; he venido para contarte mis penas y necesidades espirituales como temporales, y las de mi familia; he venido también para pedirte por mis semejantes, para que vuelvan sus ojos hacia ti y te amen; yo les hablaré de ti; yo rezaré por ellos; más aún, yo me sacrificaré por ellos. Amén.
Pbr. Alberto Fonseca Mendoza
Sacerdocio
Fieles difuntos
«Asi como Jesús murió y resucitó, de igual manera debemos creer a los que mueren en Jesús, Dios los llevará con él. Y así como en Adán todos mueren, así en Cristo todos volverán a la vida».
La muerte, en su materialidad biológica y ontológica, es la separación del alma del cuerpo en el hombre. El día de difuntos está impregnado de un sentimiento religioso en que se unen el afecto y los recuerdos familiares con la fe y la esperanza cristianas. Por este motivo suscita desde siempre un profundo eco en el pueblo de Dios. Antes de seguir adelante, digamos que hoy celebramos la vida y no la muerte. La religión cristiana no celebra el culto a la muerte, sino a la vida. Así lo resalta la liturgia de la palabra de hoy con sus múltiples lecturas y las oraciones de la misa. Todo el conjunto nos habla de resurrección y vida; y la referencia omnipresente es la resurrección de Cristo, de la que participa el cristiano por la fe y los sacramentos. Por eso el día 2 de noviembre no es una conmemoración para la tristeza nostálgica y la melancolía otoñal, añorando a los seres queridos que ya nos dejaron, sino un recuerdo esperanzado que expresa y continúa la comunión de los santos que ayer celebrábamos. Pues la fe nos ofrece la posibilidad de una comunión con nuestros queridos hermanos ya difuntos, dándonos la esperanza de que poseen ya en Dios la vida verdadera. La visita al cementerio, que en su etimología significa dormitorio, si bien nos refresca la memoria de los familiares que «se durmieron en el Señor», según la antigua expresión cristiana, precisamente por eso no da licencia para la amargura sin esperanza. La muerte es un dato de experiencia que tenemos siempre ante los ojos. La muerte biológica, su anuncio paulatino en la enfermedad y la vejez, su presencia brutal en los accidentes y catástrofes, y su manifestación en todo lo que es negación de la vida, debido a la violación de la dignidad y los derechos que la constituye el más punzante de los problemas humanos, el máximo enigma de la vida humana. Vida sin límite temporal es la más profunda aspiración que llevamos dentro.1Tes. 4,14

Como al final, la muerte nos puede siempre, nos sentiremos íntimamente frustrados si no tenemos una explicación satisfactoria a esta paradoja y enigma que es la muerte de un ser creado para la vida.
La filosofía, las ciencias del hombre y la historia de las religiones han dado, desde siempre, respuestas más o menos convincentes al interrogante de la muerte, que se formula con este dilema básico: ¿Es la muerte un final o un comienzo? ¿Nos espera otra vida o la nada? ¿Sobrevivimos o somos aniquilados? ¿Al final del camino, está Dios o el vacío más absoluto? Según las creencias, así son las respuestas y actitudes vitales: miedo visceral, silencio hermético sobre un tema tabú, fatalismo indiferente ante un hecho natural e inevitable, hedonismo a tope ante la fugacidad de la vida (comamos y bebamos, que mañana moriremos), pesimismo, rebeldía, náusea existencial ante el mayor de los absurdos o bien la serena esperanza de la inmortalidad. Salvo la última, las demás actitudes no nos valen, porque, al quitarle el sentido a la muerte, dan en concluir que tampoco la vida lo tiene. Según eso, no valdría la pena vivirla. Así no se resuelve el enigma, pues en el fondo de la cuestión subyace también la pregunta sobre el sentido mismo de la vida humana. Desde la fe cristiana, queda fuera de toda duda el valor de la vida del hombre. Pero, dando un paso más adelante, el discípulo de Cristo identifica la vida futura en que cree y espera, con un ser vivo, personal y amigo que es el Dios de nuestro Señor Jesucristo, y de cuya vida participa ya ahora y continuará gozando en su destino futuro. Fundamento de tal creencia y esperanza es nuestra fe, basada en los gestos salvadores de Dios por medio de su hijo hecho hombre, Cristo Jesús, que murió y resucitó para darnos vida y salvación eternas. Cristo resucitado es la mejor y única respuesta válida al interrogante de la muerte. Toda la vida del creyente dice referencia a Cristo y su misterio pascual de vida a través, paradójicamente, de la muerte. Jesús es la razón última de nuestro vivir, morir y esperar en cristiano. Puesto que él se hizo igual en todo a nosotros (menos en el pecado), pasó también por el trance de la muerte para alcanzar la vida eterna. Ese es el itinerario que ha de recorrer su discípulo. La esperanza cristiana de resurrección y vida sin fin, se vincula y fundamente directamente en la resurrección de Jesús.
Pbro. Alberto Fonseca Mendoza
Sacerdocio
TODOS LOS SANTOS
Alegrémonos todos en el Señor, al celebrar este día de fiesta en honor de todos los santos: de esta solemnidad se alegran los ángeles y alaban al Hijo de Dios»
Antífona de entrada.
El fenómeno de los santos en los últimos decenios se ha convertido en objeto de creciente interés y atención para la iglesia docente y para los fieles. El ritmo de los beatificaciones y canonizaciones en los últimos decenios se ha acelerado prodigiosamente. La espontánea devoción de los fieles hacia los que han muerto en olor de santidad, prepara la acción de la Iglesia en los procesos de beatificación y canonización. La fiesta de hoy recuerda y propone a la meditación común algunos componentes fundamentales de nuestra fe cristiana -señalaba el Papa San Juan Pablo ll-. En el centro de la Liturgia están sobre todo los grandes temas de la Comunión de los Santos, del destino universal de la salvación, de la fuente de toda santidad que es Dios mismo. Pero la clave de la fiesta que hoy celebramos es la alegría, como hemos rezado en la antífona de entrada; y se trata de una alegría genuina, límpida, como la de quien se encuentra en una gran familia, donde sabe que hunde sus propias raíces. Esta gran familia es la de los Santos: los del cielo y los de la tierra. La Iglesia, nuestra Madre, nos invita hoy a pensar en aquellos que como nosotros, pasaron por este mundo con dificultades y tentaciones parecidas a las nuestras, y vencieron. Es esa muchedumbre inmensa que nadie podría contar de toda nación, raza, pueblo y lengua, según la primera lectura de la Misa. Todos están marcados en la frente y vestidos con vestiduras blancas, lavadas en la sangre del cordero. La marca y los vestidos son símbolos del Bautismo que imprime en el hombre, para siempre, el carácter de la pertenencia a Cristo, y la gracia renovada acrecentada por los sacramentos y las buenas obras.

Muchos santos -de toda edad y condición- han sido reconocidos como tales por la iglesia, cada año, el uno de noviembre, los recordamos y los tomamos como intercesores para tantas ayudas como necesitamos. Son todos ellos que supieron, con la ayuda de Dios, conservar y perfeccionar en su vida la santificación que recibieron en el Bautismo.
Todos hemos sido llamados a la plenitud del Amor, a luchar contra las propias pasiones y tendencias desordenadas, Para la gran mayoría de los hombres, ser santo, supone santificar el propio trabajo, santificarse en su trabajo y santificar a los demás con el trabajo, y encontrar así a Dios en el camino de sus vidas. Todos los santos conocieron, en mayor o menor grado, la enfermedad, la tribulación, las horas bajas en las que todo les Costaba, sufrieron fracasos y tuvieron éxitos. Quizá lloraron, pero conocieron y llevaron a la práctica las palabras del Señor, que hoy también nos trae la Liturgia de la Misa: Vengan a Mí, todos los que están trabajados y cargados, y Yo los aliviaré, Se apoyaron en el Señor, fueron muchas veces a verlo y a estar con El junto al Sagrario: no dejaron de tener cada día un encuentro con El. Los bienaventurados que alcanzaron ya el Cielo, vivieron la caridad con quienes les rodeaban. Esta es la característica de los santos, de aquellos que están ya en la presencia de Dios. El fruto precioso de la devoción a los santos, canonizaciones, propone a los santos como los más perfectos imitadores de Cristo y ejemplos de íntima unión con Dios, la cual constituye la verdadera santidad cristiana. Tener relaciones con los santos es dirigirse a ellos, entablar con ellos una conversación directa y personal. El ejemplo de su vida es una continua llamada al deber de llevar una vida cristiana cada día más perfecta.
Los santos nos dicen: hagan como nosotros. Y es obvio. Imitar no quiere decir copiar; sino que significa inspirarnos en lo que los santos han hecho; ver como se puede entrar en el camino recorrido por ellos; tomar de las múltiples visiones de santidad la que sea más adecuada y más noble para cada uno, dondequiera que se presente tales ejemplos y sea cual fuere la condición de vida, con tal que se sepa recoger la imitación a la misma santidad. En el Cielo nos espera la Virgen María para darnos la mano y llevarnos a la presencia de su Hijo, y de tantos seres queridos como allí nos aguardan.
Pbro: Alberto Fonseca Mendoza
Sacerdocio
LA SAGRADA EUCARISTÍA
«Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo, dice el Señor. El que coma de este pan, vivirá eternamente; pues el pan que voy a dar, es mi carne y lo doy para vida del mundo.»
Juan 6, 51-52
Si el pueblo de Israel se gloriaba de ser el único que tenía muy cerca de su corazón a Dios, porque se le presentaba con frecuencia en sombras y figuras, cómo ha de gloriarse y sentirse satisfecho el pueblo católico que tiene a su Dios, no en sombra y en figura, sino en una realidad positiva y verdadera, cual es la de la santísima Eucaristía, en donde el Señor Dios de la misericordia está derramando los dones de su corazón, y está comunicándose con sus almas en una conversación íntima, afectuosa y jamás interrumpida, con tal de que se acerquen a El, llamen a las puertas de su sagrario y lo despierten de su dulce sueño de amor.

La Eucaristía es, según la expresión de Santo Tomás, citada por el concilio Vaticano II, «Ia plenitud de la vida espiritual», afirmación teológica que tiene válida confirmación en el juicio de un exégeta moderno: En la Eucaristía tenemos de manera concentrada, todo lo que Dios ha hecho y tiene que hacer todavía por los hombres en la historia de la Salvación. Esta plenitud de vida espiritual, tiene su fundamento en la presencia del Señor resucitado en su misterio pascual, en la comunión de vida con la Trinidad a quien nos introduce en la perfecta realización del misterio eclesial que la Eucaristía alcanza, según estos tres expresivos textos del concilio Vaticano ll: «En la santísima Eucaristía se contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, a saber: Cristo mismo, nuestra pascua y pan vivo por su carne, que da vida a los hombres, vivificada y vivificante por el Espíritu Santo»; por medio de ella los fieles, al tener acceso a Dios Padre por medio de su Hijo, el Verbo encarnado, que padeció y fue glorificado, en la efusión del Espíritu Santo, consiguen la comunión con la Santísima Trinidad; por el sacramento del pan eucarístico, está representada y se realiza la unidad de los fieles, que constituyen un solo cuerpo en Cristo. Para profundizar las riquezas del misterio eucarístico en relación con la vida espiritual, parece necesario considerar la revelación de su misterio por parte de Cristo, el modo como ha sido vivido por la Iglesia, los aspectos teológicos puestos de relieve por el magisterio, la respuesta existencial que exige de los fieles.
La sagrada Eucaristía, que es el centro donde convergen nuestras miradas y están puestas todas nuestras esperanzas y delicias, vamos a considerar tres puntos: La presencia, el amor y la pena de Jesús en la Eucaristía. LA PRESENCIA DE JESÚS EN LA EUCARISTÍA.-Sabemos y creemos firmemente por nuestra fe, que Jesús está realmente presente en la Sagrada Eucaristía, y por eso se llama a este Sacramento, Santísimo Sacramento, pues, mientras los otros sacramentos contienen la gracia, el Sacramento de la Eucaristía contiene al mismo Autor de la gracias.
Pbr. Alberto Fonseca Mendoza
Donativos, Sacerdocio
SANTO APÓSTOL SANTIAGO EL MAYOR
«Ya no los llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero les digo amigos, porque todo lo que oí de mi Padre, se los he dado a conocer». Juan 15,15
Grandes y numerosos fueron, en todos los tiempos, los títulos con que el Señor de la gloria se ha dignado honrar a su criatura en la tierra; importantes y extraordinarias han sido las comunicaciones de la bondad divina entre los hombres, pero nada nos prueba tanto esa dignación admirable del señor, como el título de amigos que dio a sus apóstoles al despedirse de ellos: «La paz, les dejo, mi paz les doy, no como el mundo la da -con alegrías locas y desenfrenos-, sino como se las doy Yo. Los apóstoles y discípulos de Jesús, fueron elevados a la categoría de amigos: «Ustedes son mis amigos; no me han elegido ustedes a mí, sino que yo los elegí a ustedes, y los he destinado para que vayan y den fruto y su fruto permanezca, para que, cuanto pidan al Padre en mi nombre, Él se los conceda».
Ser esclavo de un Dios, a quien servir es reinar, es cosa digna de aprecio; ser hijo del Altísimo por la gracia, es una distinción jamás merecida por la humana virtud, pero ser amigo de Dios, denota una casi igualdad con el Rey de los cielos, y no tiene ponderación adecuada en el humano lenguaje.
Hoy celebramos la memoria de uno de estos afortunados varones que oyeron de los labios mismos del Salvador: «Ustedes son mis amigos». El santo apóstol Santiago, cuya fiesta hoy celebra la Iglesia universal nuestra Madre, y de una manera muy especial ustedes, fue un distinguido amigo de Jesús y un modelo de virtud para todos ustedes, quienes desde antaño lo escogieron para que él fuese el santo Patrono de esta Comunidad, para honrarlo como se merece, y con el fin de que él presidiera todos los actos y dirigiera los destinos de sus hijos; para que fuese el abogado, protector y, sobre todo, el intercesor de toda esta porción del pueblo de Dios.
Santiago, a quien llamamos el Mayor, para distinguirlo del otro Apóstol del mismo nombre, fue hijo del Zebedeo y de Salomé, hermano mayor de San Juan Evangelista, y pariente próximo de la Santísima Virgen; nació doce años antes que nuestro Salvador, en Betsaida, ciudad de Galilea, y se ocupaba en el ejercicio de la pesca cuando Jesucristo había comenzado a predicar en público. Habiendo Ilegado Jesús un día al lago de Genezaret, vio en él dos barcas de pescadores parados a la orilla, cuyos dueños estaban fuera lavando las redes: entró su Majestad en una, que era la de Pedro, para predicar desde élla a la multitud con desahogo; la otra pertenecía al Zebedeo y sus hijos.
Luego que acabó su discurso al pueblo, dijo a Simón, a quien puso después el nombre de Pedro, tirase a alta mar y arrojase las redes para pescar. Obedeció éste, a pesar de que así él como sus otros compañeros no habían podido coger un solo pez en toda la noche, y recogieron tan gran número de peces, que tuvieron que llamar en su auxilio a los de la otra barca, los que ocurrieron y las llenaron ambas hasta llegar casi a sumergirse. A esta maravillosa pesca siguió a pocos días la vocación de San Pedro y San Andrés, a quienes llamó el Señor con aquellas palabras misteriosas: síganme y haré que sean pescadores de hombres, y pasando más adelante hizo el mismo llamamiento a los dos hermanos Santiago y Juan, los cuales, abandonándolo todo, lo siguieron al momento.
Esta obediencia tan pronta, acaso fue el motivo de la particular predilección que gozaron estos Apóstoles para con su divino Maestro. Desde entonces fue nuestro Santiago, compañero inseparable de Jesucristo y testigo de su predicación y milagros.
Pbro. Alberto Fonseca Mendoza
Reflexiones, Sacerdocio
ORACIÓN AL «SEÑOR DEL SANTO SEPULCRO»
Dulce Jesús Nazareno, que quisiste en todo ser igual a nosotros, desde la cuna hasta el sepulcro, y que bien sabías que, después de la muerte, es el sepulcro lo que más entristece y espanta a los pobres mortales; deseo yo, siervo tuyo, al visitarte, tocar con gran reverencia tu santo cuerpo y la piedra del sepulcro, y decirte con todo el afecto de mi corazón: Creo en ti, Jesús mío, que eres el Hijo de Dios, y creo en ti porque te veo muerto en el sepulcro; porque la muerte y el sepulcro deben rendirte homenaje, y confesarte como Redentor del mundo y triunfador de la muerte, del sepulcro y del pecado.
Te doy gracias, porque has santificado el seno de la tierra siendo sepultado en ella, para que sea lugar de reposo para los tuyos, cuando mueran. Has hecho habitable el sepulcro; cambiándolo de cárcel de la muerte y lugar de corrupción, en antesala donde esperan los que han de resucitar como tú.
Con fe perfecta, purificado el corazón de toda conciencia mala y lavado el cuerpo con el agua pura, te suplico, Señor me des gracia y fortaleza para soportar la soledad, sufrimientos y orfandad en que me encuentro; además, desprecios, ingratitudes e incomprensión de mis semejantes.
Ven en mi auxilio, Jesús divino. Tantos enemigos me persiguen. Tantas necesidades me urgen. Tantos peligros me rodean. En recompensa, propongo firmemente ser fiel a tu santa ley para merecer el premio que a todos tienes preparado, si cumplimos nuestra propia misión, conociéndote, amándote y sirviéndote en esta vida, para después gozar de tu presencia en unidad con el Padre y el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Así sea.
Pbro. Alberto Fonseca Mendoza
Reflexiones, Sacerdocio
Todos formamos la Iglesia.
Al celebrar litúrgicamente el Nacimiento de la Iglesia, bajo el amparo de Santa María, Madre de la Iglesia, hemos vivido estos días de Pascua en la gratitud a Dios que nos ha permitido ver cómo algunos sacerdotes pasaron días de dolor físico y ser testigos de su recuperación y vivencia fraterna en la Casa Sacerdotal, nos ayudó a vivir en primera persona la maravilla que es esta Iglesia que Cristo nos dejó: los sacerdotes, los sacramentos, los fieles… todos formamos la Iglesia y más que nunca podemos decir que María, como Madre, está al centro de nuestro vivir y sentir.
El alcance de la ayuda que todos nuestros bienhechores aportan silenciosamente ha sobrepasado las fronteras de nuestro país. Tuvimos la oportunidad y la gracia de recibir al Sacerdote Glyn Jemmott, quien vino desde su natal Trinidad y Tobago para operarse de cataratas. El Padre nos dio más de lo que pudimos darle con su caridad, su paciencia en el sufrimiento y su testimonio de caridad y amor sacerdotal por las almas. Fue para todos los que convivimos con él, incluidos sus hermanos en el sacerdocio, una inyección de entusiasmo y amor por nuestra misión como humildes colaboradores en el Plan de Dios.
De parte de IGMA, sus colaboradores y todos los Sacerdotes que se benefician de su apoyo queremos agradecer su constante apoyo y seguimos pidiendo a Dios que siga llamando “operarios a su mies” que quieran colaborar con él para dar un poco a cambio de lo mucho que sus pastores nos han dado a lo largo de nuestra vida.
De parte de los sacerdotes beneficiados con su aportación, queremos recordar que ellos corresponden rezando diariamente por sus benefactores.
Eventos, Sacerdocio
P. Manuel Vargas dando gracias a la Santísima Virgen.
“El P. Manuel Vargas celebrando la Eucaristía después de su operación de pierna, para dar gracias a la Santísima Virgen por su sacerdocio y por las personas que lo han apoyado en este proceso de su enfermedad, con mucha gratitud a todos sus familiares, amigos y bienhechores que han estado a su lado, especialmente a Mons. Carlos Briseño que siempre ha estado pendiente de sus necesidades”.
Eventos, Sacerdocio
Posada en la Residencia sacerdotal «Casa ARS»
Posada del I Decanato de la II Vicaría con la compañía de Mons. Carlos Briseño. Pasando un rato de convivencia sacerdotal fraternal en la Residencia Sacerdotal «Casa Ars»
Eventos, Sacerdocio
BENDICIÓN DE LA RESIDENCIA SACERDOTAL “CASA ARS”
Como fruto del trabajo y la colaboración de los bienhechores, la Asociación IGMA (IGLESIA, MISERICORDIA Y AMOR), emprendió la preparación de una casa para recibir a los sacerdotes mayores o enfermos que no tienen forma de recibir cuidado y atención acorde a su condición.
El pasado 18 de septiembre su Excelencia, Mons. Carlos Briseño Arch, presidió la bendición de la “Casa Ars” (encomendada a San Juan María Vianney, Santo Cura de Ars, Patrono de los Sacerdotes), que será la residencia para aquellos Sacerdotes que requieren este servicio.
Agradecemos a Dios por habernos dado la oportunidad de ofrecer a nuestros pastores este esfuerzo de gratitud por parte de los laicos, para corresponder a una vida de entrega y sacrificio desinteresado por sus almas encomendadas.
La “Casa Ars” que se ofrece ya como una realidad, es un lugar apropiado para la atención y cuidado de Sacerdotes jubilados, así como de aquellos que requieren alguna atención por motivos de enfermedad. También está a disposición de los Sacerdotes que deseen pasar el día de descanso semanal o por estudio o viaje requieren un lugar de residencia adecuado a su vocación.